Last night I dreamed I was young again
I was wide-eyed and bold
With a fearless heart that just could not be bought and sold
Time can steal most anything, he’s the master thief
He can steal my body, steal my mind
But he can’t shake my belief
Jason & The Scorchers, «Days of wine and roses»
El tiempo, esa la respuesta al terrible acertijo que Gollum planteó a Bilbo Bolsón en la oscuridad de los túneles de las Montañas Nubladas: devora todas las cosas: aves, bestias, árboles, flores; roe el hierro, muerde el acero; y pulveriza la peña compacta; mata reyes, arruina ciudades y derriba altas montañas. No, los años no pasan en balde. Pero anoche, sobre el escenario del Sol, las únicas marcas del paso del tiempo (más de diez años desde que Jason & The Scorchers publicaron su último trabajo de estudio, Clear Impetuous Morning) eran las arrugas que surcan los rostros de Warner Hodges y Jason Ringenberg. Podríamos perfectamente viajar mentalmente diez años atrás, cuando la banda registro el excitante directo Midnight Roads & Stages Seen, y acaso más atrás, otros diez años que nos llevan a otro maravilloso directo, aun de carrasposo sonido, Rock on Germany, grabado en 1986. Veinte años más, pero el mismo ímpetu y la misma ferocidad de antaño corren por su venas. Sí, para Jason & The Scorchers los años parecen pasar en balde.
El puto fútbol manda, así que con una hora y cuarto de retraso sobre el horario anunciado Jason & The Scorchers arrancaron el recital con «Mona Lee», «Shop it around» y «Absolutly sweet Marie», la versión de Bob Dylan de la que ya se hacen dueños de propio derecho. Calentaron los motores para un viajecon los pies en el presente, su nuevo disco Halcyon Times, y mirando sin nostalgia al pasado para no caer en la autocomplacencia, quizá lo peor que le puede ocurrir a una banda con tanta solera como son The Scorchers. Mira orgulloso, pues, Halcyon Times a sus hermanos mayores sin dejarse intimidar, su valor es comparable al de seminales obras como Fervor y Lost & Found, y quedó bien patente anoche durante la más de hora y media de recital.
Jason Ringenberg es un excelente maestro de ceremonias, los que le hemos visto en solitario (ha visitado unas cuantas veces Madrid) sabemos de lo que es capaz: se mete al público en el bolsillo con una facilidad pasmosa. Con la misma naturalidad es capaz de contar (malos) chistes en un espantoso castellano como de adoptar la solemne elegancia de Hank Williams para luego retorcerse como el rabo de una lagartija en espasmódicos movimientos que recuerdan tanto a Iggy Pop como al temible Johnny Rotten (comparación nada original, lo sé, se ha repetido hasta la saciedad).
Ya sabía de lo que era capaz Jason, no así Warner Hodges, que también se mostró pletórico. Auténtico mago de la Telecaster, muestra la misma facilidad que Keith Richard para clavar riffs antológicos, la rapidez prestidigitadora de Jimi Hendrix y el poso hard/blues de Angus Young. Suya es gran parte del mérito de Los Scorchers, sus guitarras aportaron una gran personalidad a la banda, prácticamente creó un sonido que fue único durante los ochenta. Se mostró menos locuaz que Jason, pero lejos de parecer distante lució la misma sonrisa que el desgarbado cantante desde la primera a la última nota y cantó con solvencia «Better tan this», poderoso rock and roll que parecía dar la razón al líder de The Scorchers: no son una banda alt-country, son una banda de rock and roll.
Emocionante momento: «Bible and the gun».
Más vídeos en el Mordor Sonoro Youtube Txannel.
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Al Collins y Pontus Snibb aportan la sangre nueva. Forman una rocosa base rítmica, capaz de seguir las embestidas de Warner o cubrir sin problemas los medios tiempos con una versatilidad pasmosa. Ambos entraron en la banda a principios de 2008, antes de la gira de reunión en la que The Scorchers recorrieron buena parte de Europa. Warner apadrinó a Collins cuando coincidió con él en la Stacie Collins Band y fue Jason el que atrajo a esa bestia que es Pontus Snibb. Miembro de la banda sueca Bonafide, compartieron escenario con los Scorchers en 2002. Poco después, Pontus fue llamado a filas para tocar con la banda en un festival en Finlandia. Lo más curioso es que Jason nunca le había visto tocar la batería (él es guitarrista), pero Jason y Warner quedaron encantados, y cuando remodelaron los Scorchers lo tuvieron claro: Pontus sería el nuevo batería.
El resultado es que la renovada banda es hoy una perfecta máquina de precisión que, lo más importante, disfruta con contagioso entusiasmo de cada concierto que ofrecen. No es un secreto que el público madrileño es un hueso duro de roer, pero desde «Mona Lee» hasta «Moonshine guy» The Scorchers nos hicieron vibran, sudar, cantar y jalear, gritamos ¡Yiiiiijaah!, aplaudimos cada una de las canciones y cada cual soltó su lagrimilla en la canción de turno (en mi caso fue «Pray for me mama (I’m a gypsy now)»). Luego llegaron dos bises, el primero con «White lies», «Help! There’s a fire» y el segundo con «Lost highway», con el público rendido y tras dos merecidas ovaciones.
Resultó extraña la casi total ausencia de temas posteriores a 1986. Una concesión al público, sospecho; sus primeros trabajos atesoran tanta piedra preciosa que es difícil resistirse a su brillo. No lo hicieron, y entre nosotros, es lo que todos deseábamos.
Texto y vídeo: Joven Frodo
Fotografías: Alk
Fotografías: Alk
Nota: habíamos etiquetado mal la canción «Bible and the gun». Aparecía como «Broken whiskey glass». Ya está corregido.
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