24 julio 2008

Nueva Orleans renace con Willy DeVille - Reseña de «Pistola»

Nunca es tarde para redescubrir músicos y grupos que en su día fueron importantes para ti. Mira que hubo una época que Willy DeVille me gustaba mucho y le estuve siguiendo, pero, como dije hace poco, al consumir gran cantidad de música vas olvidando viejos temas y, de vez en cuando, va bien desempolvar lo que hace tiempo que tienes abandonado.

El primer toque de atención fue la reseña de un concierto, «mmmmmm —pensé— estaría bien recuperar a DeVille». Pero con mi problema de memoria a corto plazo, pues esas cosas se me olvidan. Después del primer toque vino la primera colleja: viendo Death Proof en el cine, de repente... un tema de Willy DeVille. Y tras leer una reseña de Pistola, pues caí de nuevo. Demasiadas coincidencias juntas, así que me bajé el disco de marras, para ver por dónde se movía ahora Mr. DeVille.

Como todo joven de mi generación, me enganché a DeVille en los 90. Fue, claro, cuando pegó el pelotazo con «Demasiado corazón» y su disco Live (1993). En esa época me hice con el excelente Backstreet of Desire (1992) —gracias al buen gusto del padre de un colega y tras escuchar en un concierto de los 40 una versión impepinable de «Hey Joe» en plan mariachi— y de ahí fui tirando para atrás. Escuché Coûp de Grace (1981) y Where Angles Fread to Tear (1983), de su época con Mink DeVille (más un proyecto personal que una banda al uso, al amigo Willy no le tembló el pulso para echar a cuantos no coincidiesen en su personal visión de la música). Y de ahí viajé más atrás hacia sus tres primeros trabajos, los imprescindibles Cabretta (1977), Return to Magenta (1978) y Le Chat Bleu (1980).

Es curioso: fui siempre para atrás y no me molesté en ir más allá del citado Backstreets of Desire. Parece ser (dicen los maderos del rock) que el amigo Willy vivió alternando una de cal y una de arena, discos flojos con álbumes memorables.

Afortunadamente, Pistola, el que nos ocupa ahora, pertenece al segundo grupo.

El macarra más elegante de Nueva Orleans.
(Foto (c) ShakeFrog, sacada de aquí)

Pistola no se aparta de lo que se considera debe ser un buen álbum de Willy DeVille. Tras dejar atrás el rock más convencional de los dos primeros discos de Mink DeVille, Willy empezó a dar muestras de su querencia por un sonido mestizo de rock mainstream, blues, soul, gospel, ritmos latinos y cuanto se le pusiera por delante. Claro, que vivir en Nueva Orleans debe marcar tu forma de entender la música, y más después de haber paseado el culo por Nueva York o París (donde, dicho sea de paso, se dejó la salud —heroína— y la poca pasta con la que contaba). Pistola no es diferente en ese sentido. Podemos escuchar ecos de country («Louise», versión de Paul Seibel), música folk amerindia («The mountains of Manhattan») o reggae (la excelente «Been there done that», un aspecto, para mí, desconocido en DeVille y que me ha agradado mucho).

Nueva Orleans y Nueva York... ciudades que han cautivado a DeVille por uno u otro motivo y a las que rinde un sincero homenaje. La primera es recordada en la arrebatadora «The band played on», en la que DeVille rinde un homenaje a una ciudad que fue destrozada por el huracán Katrina, pero que, poco a poco, resurge de sus cenizas. Para la segunda reserva la misteriosa «The mountains of Manhattan», una evocadora y nostálgica mirada hacia lo que fue y nunca volverá a ser desde la perspectiva de los nativos americanos.

También está presente un aspecto que DeVille ha explotado a lo largo de su carrera: la doble imagen de macarra y de caballero, de pirata sin escrúpulos a la vez que poeta torturado. Y es asombroso como es capaz de plasmar esas dos poses en diferentes canciones a lo largo del disco. Es capaz de pasar de llorar como un chiquillo por el amor perdido a ser el más chulo y jactarse de dejar tirada a su último amor. Así nos encontramos con varias baladas arrebatadoras que DeVille ha convertido en marca de fábrica, como «When I get home» o «I remember the first time» junto a canciones más chulescas como «So, so real», «You got the world in your hands» o «I'm gonna do something the Devil never did».

Pero por encima de todo, la voz, esa voz rota, aguardentosa, fea, cazallera, pero que es capaz de modular perfectamente y ajustarla al tono que pide cada canción. Así, su voz adquiere el protagonismo absoluto en «Starts the speak» y la mentada «The mountains of Manhattan», los cortes más experimentales (por decirlo de alguna manera), relatos musicados más que canciones en los que la voz de Willy avanza a través de sutiles instrumentaciones.

Como dije arriba nunca es tarde para redescubrir a alguien, pero hacerlo con un disco como Pistola hace que ya no se te vuelva a escapar.
Joven Frodo
Enlaces de interés:
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Wikipedia (en inglés)
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Voz fea Willy DeVille? Eres un tontolaba