19 noviembre 2009

Steve Earle en la Joy Eslava (18/09/2009)


¿Quién no ha estado en un concierto y ha visto a gente que hablaba con sus colegas más que atendía? ¿Y quién no ha soportado alguna vez a alguno de esos que se te ponen a contar su vida mientras tu intentas escuchar? Cabrea, ¿verdad? Pues que se lo digan a Steve Earle. El pasado 28 de septiembre en la Joy Eslava, Earle abroncó a uno de esos que hablan más que escuchar. De poco sirvió; cada equis tiempo, Earle volvía la cabeza, lanzaba una mirada asesina y murmuraba algún derivado de fuck off. Aparte de la anécdota, Earle dio un gran concierto; se mostró tan comunicativo como en él es habitual, aunque también se le notó incómodo, a lo que no ayudó el público tan frío (y ya tristemente característico) de Madriles.

A Hendrik Röver le tocó de telonero. Fue una grata sorpresa, ya que ni en el cartel ni en la entrada se mencionaba a ningún telonero. «Hola, vaso», «Tren», «Lunes» y «En silencio» sonaron desnudas, eliminados los arreglos que visten en Esqueletos, defendidas sólo con voz, guitarra y, en ocasiones, armónica. En sus melodramáticas canciones, Hendrik se sirve del imaginario del country y el folclore estadounidenses: el ferrocarril, los vasos vacíos, el abandono, la soledad… Pero lejos de sonar como algo lejano y extraño, ¿no es éste un imaginario universal? ¿Quién no se ha sentido fascinado por los trenes cuando era niño? ¿A quién no le han roto alguna vez el corazón? ¿Quién no ha ahogado las penas en la bebida hasta que la botella vacía le ha devuelto la mirada? Es por eso que las canciones de Röver funcionan tan bien. Su melancolía y desesperación no suenan impostadas, a lo que ayuda (y mucho) el uso del castellano en vez del inglés, demostrando, por otro lado, que la música no tiene idioma (¿con excepción del flamenco?) y el que el country en castellano puede y debe hacerse.

Hendrik Röver, presentando sus Esqueletos.
Fotos y montaje de Alk, Mordor Sonoro Webzine.

El menú de Steve Earle, una delicatesen apta para todos los paladares, consistió en un repertorio basado en Townes y aderezado con clásicos propios, «My Old Friend the Blues», «Dixieland», « Ft. Worth Blues» o el final apoteósico con «Copperhead Road».

Earle y Van Zandt. No cuesta imaginárselos juntos. Descontrolados, pasionales, incisivos, pendencieros, arrogantes... vaya dos patas para un banco, que se suele decir. Pero si hay algo que les une más, como compositores, es que ambos construyen grandes canciones valiéndose de una poesía relativamente sencilla que, como la prosa de Burroughs o Bukowsky, carece de demasiadas florituras pero suena maravillosamente real. El conocer de primera mano las luces y sombras del alma da a sus canciones un halo de verosimilitud que eleva sus composiciones al nivel de la alta literatura. Y es que Earle no sólo ha tocado la miseria con la punta de los dedos; se ha zambullido de lleno en ella, se ha llenado de fango, ha tocado fondo y ha tenido la fortaleza de salir y, limpio de cieno, empezar de nuevo. Y cuando te has librado de tanta ponzoña, cuando has dejado atrás la arrogancia juvenil, estás preparado para sentar cátedra en el circo de la vida.

Esteve Earle interpreta «Dixieland».
Foto de Mario, retocada por El Joven Frodo.

Enfrentarte armado sólo con una guitarra a un público que no domina tu idioma es difícil, pero Earle no es sólo un enorme compositor y gran intérprete, también es un entretenedor consumado. Como en sus anteriores visitas, se mostró comunicativo y jovial. Era agradable ver cómo se le iluminaban los ojos al rememorar las anécdotas vividas junto a su maestro y amigo de correrías (el recuerdo de cómo conoció a Van Zandt sirvió para introducir «Mr. Mudd and Mr. Gold »). «Menudo cabrón era», parecía pensar mientras se sonreía y volvía su cabeza hacia arriba. Y es que, de existir el Cielo, Townes estaría allí, seguramente borracho como una cuba, mirando hacia abajo, asintiendo por lo bajini, complacido por lo que su pupilo hacía en Madrid y mientras le pediría otra copa a San Pedro.

Baladas tristes y arrebatadoras sonaron en la Joy Eslava. «Marie», «Rex’s Blues», «Taneytown», «Pancho & Lefty», «Lungs»… canciones sobre desarrapados, perdedores, vagabundos, bandidos, parias, proletarios, pobres. La música de Earle y Van Zandt se coloca del lado de los sectores más desfavorecidos. A los ricos, ni agua. «Van Zandt y yo éramos socialistas. No entiendo cómo a Obama pueden llamarle socialista. Yo soy socialista, y os puedo asegurar que Obama no lo es», comentó, entre divertido y enojado. Y es que como Woody Guthrie, (recordado en «Christmas in Washington», con la que el público se lanzó a cantar chapurreando el estribillo, cosa que le divirtió sobremanera), la guitarra de Earle también mata fascistas. También se vio, claro, al Earle enamorado («Sparkle & Shine») y esperanzado, lanzando brindis por la paz («Jerusalem») y la convivencia («City of Immigrants»).


De nuevo, me emocionó, me maravilló y me hizo reír. Y tras el final con «Down in the Hole» y la ya citada «Copperhead Road», Earle, puño en alto, se despidió y desapareció entre bambalinas. Hasta la próxima, maestro.

Texto: Joven Frodo
Fotografías, montaje y slide: Alk
Fotografía de Steve Earle: Mario

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