16 enero 2008

Detrás de los placeres virtuales (Unos apuntes sobre el cine porno)

Si nos atenemos al diccionario, la pornografía es la representación explícita de todo lo relativo a la sexualidad humana con el único objetivo de estimular al espectador, a diferencia del erotismo, que juega más con lo sugerente y la sensualidad. Ahora bien los límites entre pornografía y erotismo (y entre lo que es y no es pornografía) son porosos, determinados por las creencias, tabúes y valores morales de cada momento histórico y regulados por normas jurídicas y políticas derivadas de ese plano normativo.

La pornografía/erotismo ha tenido diversas vías de expresión a lo largo de la historia (pintura, grabados, literatura, fotografía, etc.) pero en este artículo centraré mi atención en el cine porno porque es en ese ámbito en donde se constata el proceso de estandarización y asimilación, por parte del sistema, de todo lo relativo a la sexualidad, eliminando su potencial dimensión trasgresora, reduciendo la práctica sexual a un mero producto de consumo dirigido, mayoritariamente, a un público masculino y heterosexual.

Los planteamientos ideológicos del cine X actual no son, sin embargo, originales sino, más bien, una correa de transmisión de una serie de valores con mayor o menor arraigo en la sociedad sobre las relaciones de género, el cuerpo y la sexualidad. Lo explícito en el porno acaba siendo un velo, una fantasía, que crea un doble discurso: se niega su posición en el espacio público (pocos dicen ver películas porno) mientras que su consumo se ubica en el ámbito de lo privado, bien en espacios destinados para ello (las cabinas de los sex-shop, algunas salas X que todavía perviven), bien en el hogar.

El cine porno mainstream (aquel que se fabrica en masa por parte de las grandes productoras) solo tiene un objetivo: la estimulación sexual rápida y directa. Podrá cambiar la estética, podrá cambiar el soporte (vídeo, DVD, cine) y la distribución (salas X, videoclubs, internet), podrán cambiar los actores y las actrices pero la estructura (sin historia ni argumento) y el repertorio de escenas se repiten de una cinta a otra. Es un producto en donde la sexualidad se circunscribe al acto sexual, reducida ésta a unos pocos números gimnásticos (sin apenas variaciones). La dimensión erótica del cuerpo se ve reducida a los genitales y poco más. Ahora bien, ¿las prácticas sexuales que aparecen en la pantalla tienen género? En un principio no; el género aparece en el modo de exponerlas o tratarlas. Sin embargo el machismo inherente a la mayoría de las películas porno se articula a tres bandas en donde el sujeto real de la acción sexual es el espectador (hombre) mientras que los actores se convierten en objetos: el hombre tiene demostrar virilidad, fuerza y testosterona mientras que la mujer se convierte en un ser insaciable, adoradora fanática del falo, siempre dispuesta a las prácticas más bizarras. Incluso las escenas lésbicas (una de las fantasías masculinas heterosexuales más importantes) de no pocas películas están planificadas desde una perspectiva masculina.

A día hoy la presencia del porno en nuestra sociedad es compleja. Por una lado existe una importante industria que edita miles de películas con una calidad ínfima e invirtiendo muchos recursos para una imagen amable que oculte su lado oscuro (prácticas cercanas a la prostitución y al tráfico de mujeres, explotación laboral, etc.) mientras, por el otro lado, unos pocos directores intentan dar la vuelta a los valores dominantes del porno pero sin apenas éxito, acabando muchos de ellos devorados por la industria. Por parte, los elementos ideológicos del porno (sobre lo relativo a la idea de la sexualidad/el cuerpo como mercancía) están presentes en la actual sociedad de consumo (sobre todo en la publicidad) y en la economía postindustrial (ya no se venden productos, sino sensaciones, deseos y estilos de vida). En tercer lugar, el cine comercial ha asumido con una cierta normalidad la estética visual del porno. Por último, internet se ha convertido en un escenario en donde encontramos al porno amateur que está, a su modo, cuestionando el porno industrial o movimientos sociales que utilizan el porno para reflexionar sobre el género y la sexualidad. El futuro está abierto. De lo que nos pueda deparar ya es otra historia.

Breve historia del cine porno

1905 - 1940
El cine porno nace en Francia y está dirigida al consumo privado de la burguesía y a los prostíbulos (cinema polisson). Su edad de oro se vive en la década de los 30. A pesar de la censura, hay una cierta permisividad. En EEUU se configura una industria clandestina, cuyo centro estaba en Chicago, que realiza stag films (películas solo para hombres). Son cortos con una escasa trama argumental y escenas sexuales variadas (lluvia dorada, homosexualidad, sexo interracial, bestialismo, etc.).

1945 - 1969
Después de la II Guerra Mundial el cinema polisson desaparece por el cierre de los prostíbulos. Hay una fuerte censura. En la década de los sesenta el centro del porno europeo está en países nórdicos. En 1969 Dinamarca legaliza la pornografía. Mientras en EEUU, el porno se populariza entre las clases medias con el abaratamiento de los proyectores de 16 mm. Aparece una potente industria que produce cortos (loops) dirigidos al consumo privado. Nacen los primeros circuitos de salas X.

1970-1980
En 1970 el porno se legaliza en EEUU. Para ese año existen en San Francisco y Nueva York (dentro del contexto underground) un pequeño circuito de salas que exhibían películas porno softs (suaves), nude explotations, stags films y loops. El primer largometraje porno fue Mona: The Virgen Nymph (Bill Osco, 1970).

Se ruedan tres películas fundamentales:
  • Garganta Profunda (Gerard Damiano «Jerry», 1972): representa la vertiente del cine x cómica. Su impacto en la sociedad norteamericana fue enorme.
  • Devil in Miss Jones (Gerard Damiano, 1973). Establece el modelo estructural de las películas porno. Representa al cine X de la Costa Este norteamericana. Es una obra pesimista, trágica y, en algunos momentos, inquietante.
  • Behind the green door (James and Artie Mitchell, 1973). El movimiento hippie, la psicodélica y la contracultura convergen en orgías festivas, con originales puestas en escena. Es el «porno hippy».
Se intenta crear un nuevo género cinematográfico con un lenguaje propio; en ese proceso se asientan las bases de los subgéneros del porno: el surrealista/fantástico (Through the looking glass, Jonas Middleton, 1976); las fantasías sexuales (Babylon pink, Henri Pachard, 1979; Maraschino Cherry, Henri Paris, 1978); el de jovencitas – colegialas (Debbie goes Dallas, Jim Clarck, 1978); la comedia (Honeypie, 1974) y el cine de autor (Memories within Miss Aggie, Gerard Damiano, 1974). En Francia el porno se legaliza en 1975: Le sexe qui parle (Claude Mulot, 1975).

1980 - 1989
El cine X se estandariza y se formaliza los subgéneros. La irrupción del vídeo provoca que la edición se abarate, aumentado la producción de una calidad pésima. Empiezan a desaparecer las salas de cine X. La revolución neoconservadora (Ronald Reagan) y el afloramiento del lado oscuro de la industria (suicidios, tráficos de drogas, prostitución, sida, etc.) provocan una persecución judicial, política y mediática que hace tambalear a la industria del porno. Es una crisis que afecta tanto a EEUU como a Europa.

1990 - 2000
Nacen dos nuevos subgéneros: el porno estético (X Chic) de la mano de Andrew Blake y Michael Ninn y el porno realista (gonzo)¸ base del cine porno amateur que busca la improvisación y un supuesto realismo (Buttman’s european vacation, John Stagliano, 1991).

En Europa se asientan propuestas alternativas a las producciones norteamericanas Así en Italia está el director Mario Salieri, en Francia Michel Ricaud y Marc Dorcel (cuya marca particular era el fetichismo por la lencería), en Alemania Dino Baumberger y Hans Moser y José Mª Ponce en España.

A mediados de la década surgen nuevos formatos (CD-ROM y DVD) y nuevas formas de distribución que obligan a la industria a un proceso de adaptación, de lavado de imagen frente a la opinión pública y de purga de sus elementos más incómodos.

Ricardo Feliu
(Publicado originalmente en euskera como “Placer virtualen haitzealdena”, en la revista Nabarra, nº69, 2006, pp. 18-20. ISSN: 1695-0127)

1 comentario:

Anita dijo...

Muy bueno tu artículo, Ricardo. Siempre es un placer escucharte (o en este caso leerte) porque siempre aprendo cosas nuevas contigo.

Un beso enorme,
Ana