Así que una de dos: o está muy mal el percal para que un «disco menor» esté entre lo mejor del año, o un disco de Nacho Vegas siempre sobresale por méritos propios. O, añado yo, no se trata en absoluto de un «disco menor».
Es cierto que el asturiano nos ha malacostumbrado a superarse álbum tras álbum y que muchos esperábamos un nuevo salto mortal que, al no llegar, nos ha decepcionado. Pero una vez superadas las primeras escuchas descubres que el álbum de ha vuelto a atrapar como en su momento hicieron los anteriores. Difícil no caer rendido ante canciones como «Dry Martini, S.A.», «Detener el tiempo», «Junior suite», «Tercer día», «Mondúber» o «Morir o matar»; algunas de ellas, para mí, de lo mejor que ha escrito nunca. El cabrón nos ha vuelto a tener con el alma en vilo, nos ha vuelto a estremecer con cada nuevo acorde, mientras nosotros, llevándonos por su magia, pedíamos más y más, sin otra cosa en la cabeza que el deseo de seguir escuchando El manifiesto desastre una y otra vez. Eso, creo, es lo que cuenta.
Y ahora, el frío análisis. En mi opinión estamos ante un disco de autoafirmación. Parece que Nacho Vegas ha terminado de buscar un sonido, una idea de canción, de álbum. Y ahora es capaz de volver la vista atrás y tomar lo válido que tenían cada una de sus anteriores obras, desde Actos inexplicables a Esto no es una salida, sin olvidar sus EPs, el proyecto Lucas 15 o sus aventuras con Christina Rosenvinge y Enrique Bunbury. Pero aunque sea imposible no tener una sensación de dejá-vu según avanzan las canciones, tampoco se puede negar que exista una evolución.
Evolución que se ve, sobre todo, en el impecable trabajo de producción de Paco Loco. Un aspecto que ha ido mejorando disco tras disco. Y aunque, en conjunto, me parezca que Desaparezca aquí es su mejor trabajo, es en El manifiesto desastre donde Nacho ha desarrollado todo el potencial que la producción puede sacar de sus canciones. Las canciones que más nos retrotraen a álbumes pasados, como «Verano fatal», «Morir o matar» o incluso «Dry Martini, SA», aguantan la comparación con aplomo, incluso se engrandecen frente a los pálidos reflejos que les devuelven las canciones de los días pasados. Atrás quedó, pues, la sobriedad de Actos inexplicables y, en menor medida, de Cajas de música difíciles de parar.
No pretendo ser frívolo, pero ¿alguien llora por Las Esferas Invisibles? Quiero decir con esto que la banda de acompañamiento se encuentra un nivel que raya la excelencia. Xel Pereda y Manu Molina (ambos viejos compañeros en Las Esferas Invisibles) y los recién incorporados Luís Rodríguez (ya en Lucas 15, igual que los dos anteriores) y Abraham Boba bordan un impecable trabajo instrumental, aportando detalles propios, como los teclados de este último, que se mantienen en un excelente nivel a lo largo de todo el disco.
No le tengas miedo. Olvida todo lo que has leído sobre el álbum, incluyendo esto, y sumérgete de lleno en él. Con un par de escuchas sus cantos de sirena te habrán atraído sin remedio y descubrirás que estás otra vez atrapado. Sigue así, Nacho.
Joven Frodo
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